VERTI

 

Si Rodrigo no se hubiera puesto tan nervioso, yo no estaría en esta situación. Anteayer, cuando sonó el timbre, Rodrigo me empujó a la terraza y cerró la puerta de ventanales con seguro. Ví cuando entraron dos personas cubiertas de pies a cabeza con ropajes celestes y luego salieron los tres. Rodrigo no miró hacia atrás. Eso me dolió más que el empujón. Y aquí quedé, aquí he pasado dos noches y aquí camino de un extremo a otro para olvidarme del hambre. Sed no tengo, porque había un poco de agua en una jarra en el suelo. No comprendo por qué me encerró. Quizás temió una escenita, como dice él. Que me aferrara a sus piernas y tuviera que salir conmigo a la rastra. Ya me lo explicará. Aquí en la terraza no hay nada donde descansar y dormir un poco. Miro a los edificios de alrededor y solo veo ventanas cerradas, escucho silencio y me parece incluso ver como flota alrededor de los edificios un aire atemorizante. Pienso mucho eso sí. No puedo dejar de pensar, claro, en Rodrigo. Me hacen falta su ternura, sus abrazos, sus besos en mi oreja. Nuestros diálogos. Su risa. Su aroma. Sus ronquidos por la noche. Rodrigo es escritor y parece confiar mucho en mi juicio estético porque suele leerme por las mañanas lo que ha escrito por las noches mientras yo duermo en nuestra cama.

Hace un momento dejé de hacerme la valiente y lloré fuerte, pedí auxilio a toda voz, mas todo eso solo abrió una leve brecha en el aire enrarecido, la que de inmediato se cerró sobre si misma sin dejar ni jirones flotando alrededor. He comenzado a pensar que voy a morir.

¿Qué es eso? ¡Una rama seca!¡ Ah! La lanzó ese chico allá abajo.

  • ¡Oye tú! ¿Ahí vive el escritor?

Antes que pudiera replicarle que aquí vivimos el escritor y yo, el chico gritó

  • ¡Sí! Ahí vive…¡pero se lo llevaron hace unos días! ¡está contagiado! ¡oye, estás en problemas!

Como si yo no lo supiera. Y ahora se ha sentado en el suelo y se ha pasado la mano por la cabeza más de una vez.

  • ¡Oye! ¡Que estás en problemas digo! ¡No hagas nada, ya regreso!

Como si yo pudiera hacer algo más que caminar de allá para acá y escupir el agua que no puedo ya tragar porque ella tragó mucho sol y se puso mala.

Allá va el chico. Corriendo se perdió tras un edificio.

Rodrigo y yo nos queremos mucho. Yo le digo que somos el uno para el otro, pero él mueve la cabeza y murmura

  • Tú eres una niña y yo un viejo. Te mereces otra suerte. Y esto me recuerda que debo ir al notario y decirle que mis derechos de autor serán para ti cuando me llegue la hora.

Ahí viene el chico de nuevo. Y corriendo. Trae algo voluminoso en el brazo.  Ahora saca una cuerda de eso que resultó ser…sí, es una mochila de esas que usan los que van al Everest, lo ví con Rodrigo en una película un día, los dos tendidos en nuestra cama y comiendo pizza. ¡Me ha mostrado la cuerda y la mochila como un trofeo ese chico!

  • ¡Traje esto porque estás en problemas! ¿no?

Ahora ya no lo veo porque se ha metido bajo los balcones. Pero escucho su voz diciendo muchos tacos. Y resopla. Y más tacos.  ¿Traerá algo para romper el vidrio? ¿Y si Rodrigo puso llave por fuera?

Bueno, este chico parece bien entrenado, porque me ha leído el pensamiento

  • No, no romperé el vidrio ni entraré a tu casa. El escritor es un contagiado. Ni loco entro
  • ¿Entonces?

Esto se lo pregunté en su cara porque ya había aparecido en mi balcón, con la mochila a la espalda y las manos amoratadas de tanto agarrarse de donde pudiera para elevarse siete pisos. Es solo un adolescente. Jeans y polera bien gastados y ahora sucios de tierra y polvo de balcones nunca sacudidos.

No pude evitarlo. Lo besé. Y lo abracé. Y gemí.

Mientras, él puso la mochila enorme en el suelo, me cogió en sus brazos y…¡me ha metido adentro! ¡A mí, que según Rodrigo soy una lady!

  • Dejaré suelta la abertura. Para que no te asfixies. Estás en problemas, ¿no?

Ahora ha dado unas cuantas vueltas a la cuerda por los tirantes de la mochila y me ha comenzado a bajar, así, enmochilada, piso por piso hasta el suelo, un poco brusco debo reconocer. Me atreví a abrir los ojos y miré por la abertura antiasfixia. ¡Ahí viene el chico! Descolgándose como un mono del zoológico -sí, una vez fuimos con Rodrigo- balcón por balcón. Ahora está junto a mí, abre la mochila y me ayuda a salir. Lo miré a los ojos y comencé a agradecerle

-¡Ya, ya! Estabas en problemas ¿no?

Me tendí en el pasto. Agotada. Me acarició la barriga.

  • Eres una niña valiente- dijo muy serio – Mira, he averiguado que el escritor está grave. No sé si volverá contigo. Si vuelve, te llevo de nuevo al piso, pero te dejo en la puerta y arranco. Si no regresa el escritor, te quedas conmigo.

Lo miré a los ojos y comencé a decirle lo maravilloso que era estar de nuevo en el suelo. Y lo maravilloso que sería poder comer algo. Aproveché de clavarle mis ojos en los suyos y le pregunté su nombre

  •  Verti
  • Bonito nombre, me gusta Berti
  • No, no es Berti. Es Verti. Así me dicen mis amigos porque cuando se van a subir la montaña yo me niego. Sucede que tengo vértigo- les digo. – Y ahora vamos a devolver estas cosas a quien me las facilitó. Ya entenderás que es uno de los que gustan de subir cerros. A mí no. Me da vértigo.

Y Verti salió decidido y yo detrás, moviendo la cola ¡No voy a morir! ¡Gracias Verti!

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Publicado por: mariaestercespedes

Soy Terapeuta Floral desde el año 2002. Número de Registro de la Asociación Gremial de Terapeutas Florales de Chile: 253 y dela SEDIBAC con el registro 2104 Autora de los libros "Terapia Floral para niños de hoy" (en conjunto con la Dra. Amanda Céspedes) , "Flores: Energía que sana" (en colaboración con Cecilia Gálvez), y Era una Gotita, del 2016, todos publicados por Ediciones B

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